Érase una vez un chico con el corazón de piedra. Era aparentemente como todos los demás, tenía una tez muy blanca y manos con largos dedos, y era alto y moreno. Parecía un chico cualquiera. Pero no era como todos: él tenía el corazón de piedra.
Cuando nació, su corazón era cálido y líquido, de manera que fluía a través de él hacia todos los que le rodeaban. De niño conservó esa cualidad: su corazón era como el magma, cálido, ardiente y soñador. No tenía miedo de regalar su amor a cualquiera, y por eso el magma de su corazón fluía con falicidad, asi que había muchos que le querían. Luego fue creciendo. El magma se enfrió poco a poco, pues se dió cuenta de que había gente que no apreciaba su gesto de amor, que había quien le odiaba, quien le ignoraba y quién tiraba el regalo de su corazón a la basura. De manera que aprendió a no regalar tan libremente como antes su amor, y cada vez más lo fue reservando para sí mismo. Hasta que la conoció a ella. Entonces su corazón de magma explotó como un volcán y se esparció todo a su alrededor. La amaba! La amaba más que a nada en el mundo. Así que le regaló su amor, aún ese magma cálido y esperanzado. Pero una vez fuera del refugio de su pecho, su amor se enfrió tan rápido como había estallado antes. La amaba con todo su ser. Pero ella lo había traicionado, lo había abandondado, lo había roto en mi pedazos. Ella no le amaba. Su corazón se enfrió de golpe, convertido en piedra.
A partir de entonces, el chico no volvió nunca a sentir otro estallido igual. Ahora había conocido el dolor del desamor, sabía cuán frío quedaba un corazón cuando sucedía eso. Así que lo protegió tanto como pudo, y lo dejó convertido en piedra. No es que no sintiera: sí lo hacía. Su corazón seguía buscando, inquieto. Pero siempre acababa igual: chocando contra la dura realidad, resbalando en el torrente de la vida, y rompiéndose en mil pedacitos, hasta que de su corazón sólo quedó un pequeño canto rodado. Y al fin también la alegría murió, su corazón se estancó y dejó de buscar nuevas experiencias. Se resignó a no sentir, a ser una piedra más del camino, a ver las cosas des de lejos y vivir en una falsa felicidad que no le reportaba alegría alguna. Poco a poco su corazón se hundía más y más en la negrura, sepultado bajo el peso de la monotonía y de la apatía...
Hasta que algo cambió muy dentro de él. Conoció a alguien especial. Ella tenía los ojos tristes y la piel pálida, y su corazón era de piedra. Al principio se cruzaron y no se vieron, hundidos los dos en su propia oscuridad. Luego se dieron cuenta de que habían encontrado a un igual, y su corazón saltó y se retorció. Esta vez no fue como aquel primer amor, en que el corazón del chico estalló en llamaradas de pasión. Esta vez ellos se acercaron con timidez, conociéndose sin prisas, hasta que los dos fueron tan inseparables que no pudieron más que regalarse el uno al otro la pequeña piedrecita en que se había convertido su corazón.
Y fue entonces cuando, entre sus manos unidas, descubrieron que las piedras ya no estaban, pues sus corazones se habían fundido el uno con el otro. Porque ya no eran piedras. Ahora volvían a ser otra vez ese magma primigenio. Volvían a sentir, volvían a amar con una fuerza inmensa. Volvían a ser felices y a regalar su amor sin miedo, pues habían aprendido de la vida y del dolor, y ya no tenían miedo. Porque ahora se tenían el uno al otro y sus corazones eran uno. Era imposible que nada ni nadie los separara. Tenían el corazón de piedra. Nadie podría romperlo de nuevo.
Cuando nació, su corazón era cálido y líquido, de manera que fluía a través de él hacia todos los que le rodeaban. De niño conservó esa cualidad: su corazón era como el magma, cálido, ardiente y soñador. No tenía miedo de regalar su amor a cualquiera, y por eso el magma de su corazón fluía con falicidad, asi que había muchos que le querían. Luego fue creciendo. El magma se enfrió poco a poco, pues se dió cuenta de que había gente que no apreciaba su gesto de amor, que había quien le odiaba, quien le ignoraba y quién tiraba el regalo de su corazón a la basura. De manera que aprendió a no regalar tan libremente como antes su amor, y cada vez más lo fue reservando para sí mismo. Hasta que la conoció a ella. Entonces su corazón de magma explotó como un volcán y se esparció todo a su alrededor. La amaba! La amaba más que a nada en el mundo. Así que le regaló su amor, aún ese magma cálido y esperanzado. Pero una vez fuera del refugio de su pecho, su amor se enfrió tan rápido como había estallado antes. La amaba con todo su ser. Pero ella lo había traicionado, lo había abandondado, lo había roto en mi pedazos. Ella no le amaba. Su corazón se enfrió de golpe, convertido en piedra.
A partir de entonces, el chico no volvió nunca a sentir otro estallido igual. Ahora había conocido el dolor del desamor, sabía cuán frío quedaba un corazón cuando sucedía eso. Así que lo protegió tanto como pudo, y lo dejó convertido en piedra. No es que no sintiera: sí lo hacía. Su corazón seguía buscando, inquieto. Pero siempre acababa igual: chocando contra la dura realidad, resbalando en el torrente de la vida, y rompiéndose en mil pedacitos, hasta que de su corazón sólo quedó un pequeño canto rodado. Y al fin también la alegría murió, su corazón se estancó y dejó de buscar nuevas experiencias. Se resignó a no sentir, a ser una piedra más del camino, a ver las cosas des de lejos y vivir en una falsa felicidad que no le reportaba alegría alguna. Poco a poco su corazón se hundía más y más en la negrura, sepultado bajo el peso de la monotonía y de la apatía...
Hasta que algo cambió muy dentro de él. Conoció a alguien especial. Ella tenía los ojos tristes y la piel pálida, y su corazón era de piedra. Al principio se cruzaron y no se vieron, hundidos los dos en su propia oscuridad. Luego se dieron cuenta de que habían encontrado a un igual, y su corazón saltó y se retorció. Esta vez no fue como aquel primer amor, en que el corazón del chico estalló en llamaradas de pasión. Esta vez ellos se acercaron con timidez, conociéndose sin prisas, hasta que los dos fueron tan inseparables que no pudieron más que regalarse el uno al otro la pequeña piedrecita en que se había convertido su corazón.
Y fue entonces cuando, entre sus manos unidas, descubrieron que las piedras ya no estaban, pues sus corazones se habían fundido el uno con el otro. Porque ya no eran piedras. Ahora volvían a ser otra vez ese magma primigenio. Volvían a sentir, volvían a amar con una fuerza inmensa. Volvían a ser felices y a regalar su amor sin miedo, pues habían aprendido de la vida y del dolor, y ya no tenían miedo. Porque ahora se tenían el uno al otro y sus corazones eran uno. Era imposible que nada ni nadie los separara. Tenían el corazón de piedra. Nadie podría romperlo de nuevo.
2 comentarios:
Aid, que bonito ^^ me ha encantado realmente
Brutal, t'ho havia dit??^^
(vaig plorar amb el del dia31 de desembre.. xD)
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